Firmes en la libertad con que Cristo nos hizo
libres. Gálatas 5:1
En Nueva York un
evangelista, invitado por americanos de origen africano, entró en la sala
prevista para la reunión y fijó su mirada en una estatua de mármol que
representaba a un hombre blanco. Sorprendido, el evangelista preguntó a uno de
ellos: «¿Quién es ese personaje?». Él respondió con una gran sonrisa: «¡Es
Abraham Lincoln, mi libertador!». Lincoln (1809-1865) fue el decimosexto
presidente de los Estados Unidos que, en medio de una terrible guerra, luchó
por poner fin a la esclavitud en su país. El hombre que hablaba no había vivido
esa guerra; no había conocido a Lincoln, pero sabía que gracias a él había
adquirido los derechos que tiene un hombre libre.
Hoy todos los
hombres están esclavizados de una manera más terrible todavía: Satanás ejerce
sobre ellos una esclavitud de la que no pueden liberarse solos, están atados
debido a sus pecados.
Para esta tiranía
también hay un libertador: Jesucristo. Jesús murió en una cruz hace
aproximadamente 2000 años, a fin de liberarnos del miedo a la muerte, y a algunos
incluso del ocultismo. En aquella época nosotros todavía no habíamos nacido,
pero mediante la fe podemos beneficiarnos personalmente de la liberación que
nos brindó. Solo él podía liberarnos de nuestra naturaleza opuesta a Dios, de
nuestras faltas, del poder de Satanás y de la muerte.
Si usted no conoce
esta liberación, vaya a Jesús tal como es; ponga su confianza en él. Él lo
perdonará, lo liberará de la esclavitud del pecado y le dará la paz. “Si el
Hijo (de Dios) os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36).
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