Jesús
le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado,
y tomó su lecho, y anduvo. Y era día de reposo aquel día (Juan 5:8-9)
Las palabras de hoy,
aluden a un día normal de fiesta en Jerusalén. En ese episodio Jesús subió y
fue hacia los que sufrían. Se acercó a un paralítico y le preguntó: “¿Quieres
ser sano?” ¿Por qué esta pregunta? Jesús demostraba que no hacía de su
gracia una obligación, sino una invitación y en último término una decisión de
aquel que quisiera aceptarla. En ese sentido, el hombre aceptó y reconoció “No
tengo quién me ayude”
Reconocer con humildad
y fe, la voluntad del Señor para nosotros y sabiendo que sólo Él constituye el
camino para la salvación, es convertirse en su verdadero hijo, justo como aquel
hombre, que en su minusvalía se reconoció sin rumbo. Jesús dijo al enfermo:
“Levántate, toma tu lecho, y anda”. Quizás, en lugar de ese hombre, muchos
habríamos pensado: ¿Cómo me puedes pedir esto? Es precisamente lo que no puedo
hacer. Pero el lisiado no razonó. Creyó la palabra de Jesús. Se levantó y
caminó.
La gracia y amor de
Dios, se encuentran siempre disponibles. Pero ¿Qué puede faltarnos? así como
aquel hombre desahuciado, debemos creer de corazón. Así lo dicta Su Palabra: “Por
tanto, Jehová esperará para tener piedad de vosotros, y por tanto, será exaltado
teniendo de vosotros misericordia; porque Jehová es Dios justo; bienaventurados
todos los que confían en Él”. (Isaías 30:18)
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