Ésta es la confianza que tenemos al acercarnos
a Dios: que si pedimos conforme a su voluntad, él nos oye. (1 Juan 5:14)
Mientras estudiaba el libro de Daniel, me llamó la
atención la facilidad con que él podría haber evitado que los arrojaran al foso
de los leones. Los celosos rivales de Daniel, que trabajaban para el gobierno
de Babilonia, le tendieron una trampa relacionada con su costumbre de orar
diariamente a Dios (Daniel 6:1-9). Daniel era plenamente consciente del complot, y
podría haber decidido orar en forma privada durante un mes, hasta que todo se
tranquilizara. Pero él no era esa clase de persona.
«Cuando Daniel supo que el edicto había
sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban
hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias
delante de su Dios, como lo solía hacer antes» (v. 10). Daniel no tuvo miedo ni
negoció con el Señor, sino que continuó «como acostumbraba hacerlo» (v. 10 rvc).
La presión de la persecución no lo intimidó.
Aprendí que el poder de la vida de Daniel estaba en su
constante devoción al Señor. Su fortaleza venía de Dios, a quien Daniel quería
agradar todos los días. Cuando surgía una crisis, no necesitaba cambiar su
práctica diaria para superarla, sino que, simplemente, seguía comprometido con
su Señor.
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