Si perdonáis a los
hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial.
Mateo 6:14
«Cuando Liuba
estuvo demasiado enferma para permanecer en la cárcel, fue llevada al hospital.
Pude visitarla y compartir con ella un buen momento de comunión cristiana.
Leímos juntos un pasaje del Evangelio. Ella estaba muy débil.
–Sin duda alguna es
el final de mi vida, me dijo.
–Si así fuere, ¿qué
le gustaría decir a Dios?
–Me gustaría
perdonar a mi madre quien me abandonó; a mi padre, a quien nunca conocí; a mi
hermana que me robó todo y me rechazó; al hombre que maté porque quiso
asesinarme después de haberme violado; a todos los hombres que me engañaron; a
los que me quitaron a mi hijo...
Y la larga lista de
dolor y de perdón se fue prolongando, como si fuese el testimonio de un mundo
de miseria y horror... Comprendí que no era tanto la «criminal» quien
necesitaba ser perdonada, pues Dios la había perdonado, sino muchas otras
personas... y era ella quien tenía la fuerza para hacerlo en una hermosa
manifestación de amor hacia todos los que la habían herido.
Días después unas
amigas cristianas fueron a visitar a Liuba, pero el Señor Jesús ya se la había
llevado al paraíso. Vieron al médico jefe, quien les dijo: Nunca había visto
ningún enfermo como Liuba, ¡resplandecía de bondad!».
Amad a vuestros
enemigos... y orad por los que... os persiguen; para que seáis hijos de vuestro
Padre que está en los cielos. Mateo 5:44-45
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