(El cuerpo) se
siembra en debilidad, resucitará en poder. Como hemos traído la imagen del
terrenal, traeremos también la imagen del celestial. 1 Corintios 15:43,
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En mi jardín, en la
rama de un rosal, una oruga gris trepaba y tanteaba buscando probablemente un
lugar apropiado para hacer su metamorfosis. Se instaló en una horquilla y,
pacientemente, empezó a confeccionar su capullo.
Como me interesaba
el fenómeno, a menudo iba al jardín para no perderme la eclosión. En efecto, un
buen día tuve la alegría de presenciar el nacimiento de una magnífica mariposa
que desplegó sus alas multicolores y las dejó secar al sol. Aún era frágil y
estaba como aturdida por la extraordinaria transformación que acababa de tener
y deslumbrada por la luz del día.
Esa oruga y esa
mariposa era un solo y único ser; había empezado su vida trepando y la terminó
volando. Sucede lo mismo con el creyente, a quien el Señor salvó. Mientras vive
en la tierra va caminando a duras penas, vinculado a la naturaleza contaminada
por el pecado, soportando la enfermedad, el cansancio, las dificultades. Luego
se duerme y su cuerpo es colocado en una tumba, al igual que una crisálida
aparentemente sin vida. Pero este no es el final de su historia. Llegará el día
en que el Señor lo revestirá con un cuerpo inmortal semejante al suyo, y
entonces emprenderá el glorioso y definitivo vuelo hacia la casa del Padre.
“Entonces se
cumplirá la palabra que está escrita:... ¿Dónde está, oh muerte... tu victoria?
ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas
gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor
Jesucristo” (1 Corintios 15:54-57).
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