Entonces Jesús,
clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y
habiendo dicho esto, expiró. Cuando el centurión vio lo que había acontecido,
dio gloria a Dios, diciendo: Verdaderamente este hombre era justo. Lucas 23:46-47
La última frase de
Jesús en la cruz, así como la primera y la cuarta, son palabras dirigidas al
Padre. Esta última había sido anunciada proféticamente en el Salmo 31:5: “En tu
mano encomiendo mi espíritu”. ¡Qué oración de confianza y amor!
La muerte del Señor
es única. El sentido que ella toma en sus últimas palabras es único. Antes de
morir, Jesús bajó la cabeza y encomendó su espíritu. ¡Este fue el último acto
de su sacrificio voluntario! Entró voluntariamente en la muerte encomendando su
espíritu a su Padre. Esta expresión resalta la grandeza y la gloria divinas de
Aquel que daba su vida. Nadie tenía el poder para quitarle la vida: “Yo
de mí mismo la pongo” (Juan 10:18). ¡Qué majestad vemos en este acto
divino que solo Jesús tenía el poder para cumplir!
Jesús se expresó
siete veces cuando estuvo en la cruz. Así como el séptimo día fue el día del
descanso y de la satisfacción de Dios (Génesis 2:2), la séptima frase introduce
a Jesús en el descanso, es decir, en las manos de Dios su Padre. Descansó de
sus obras, así como Dios descansó de las suyas (hebreos 4:10). Para nosotros
los cristianos, esta séptima frase anuncia el descanso en Cristo y marca el
principio de la nueva creación.
Esta frase nos anima a
encomendarnos totalmente a Dios, nuestro Padre. Centra nuestra atención en la
victoria de Cristo y en su lugar junto al Padre, donde ahora ora por usted y
por mí.
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