Después de esto,
sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se
cumpliese: Tengo sed. Y estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos
empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se la acercaron a
la boca. Juan 19:28-29
“Tengo sed”. Jesús sintió la terrible sed
física que sufre todo crucificado. Pero esta expresión, pronunciada después de
tres horas de abandono, tiene varios significados.
Manifiesta la
perfecta humanidad del Hijo de Dios, de Jesucristo, quien fue hombre y Dios a
la vez. Nunca empleó su poder divino para salir de su condición de hombre.
Sintió lo que siente todo hombre. Conoció el hambre (Mateo 4:2), el
cansancio (Juan 4:6), se durmió, se sorprendió (Marcos 6:6),
se
regocijó (Lucas 10:21), se conmovió en su espíritu, lloró (Juan 11:33, 35).
La expresión “tengo
sed” también marca el cumplimiento de las Escrituras. Esta misma expresión
aparece de manera profética en el Salmo 69:21: Por medio de la
crucifixión, el plan anunciado y preparado por Dios se cumplía en todos sus
detalles: los soldados, presentes al pie de la cruz, ofrecieron a Jesús una
esponja empapada de vinagre.
En el Salmo
42:2: “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo”, expresa el ardiente
deseo de un creyente que se encomienda al Dios a quien conoce. Ese mismo
sentimiento lo experimentó Jesús al final de las tres horas de abandono.
Al dirigirse a una
mujer de Samaria (“Dame de beber”, Juan 4:7), Jesús no trató simplemente de
saciar su propia sed, sino que deseaba que aquella mujer y su pueblo aceptasen
el agua viva que él les iba a dar en abundancia, es decir, su Palabra y su
Espíritu.
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