Enséñame tú lo que
yo no veo. Job 34:32
Testimonio
«Cuando era niño vi
cómo mis padres se agredían verbalmente. En la escuela vi cómo mis compañeros
se peleaban por un lápiz. Cuando era joven presencié la violencia de los chicos
de la calle. En el mundo del trabajo observé luchas por el poder, injusticias,
promesas incumplidas, mentiras, hipocresía... En el hogar vi engaños,
intolerancia y traiciones. No vi de cerca grandes actos de delincuencia,
tampoco viví la guerra, pero vi imágenes de ella. En todas las esferas de la
sociedad, en la familia, tanto en los contextos ricos como en los más modestos,
vi en qué se convirtió el hombre abandonado a sus pasiones: orgulloso,
pretencioso, mentiroso, infiel, perezoso, irascible, hipócrita, codicioso...
Luego la Biblia
surgió en mi vida y me vi a mí mismo, descubrí lo que hay en mi corazón. ¡Había
visto muy bien los errores de los demás, pero no los míos! La Biblia me mostró
primeramente a Dios el creador. Luego me mostró a Jesús, el hombre perfecto, el
Hijo de Dios. Me habló del pecado. Era un espejo en el que me vi por primera
vez como un hombre desfigurado debido a las numerosas y profundas marcas del
pecado. La Biblia me mostró claramente mi fealdad interior, me mostró que era incapaz
de mejorarme por mí mismo. Entonces se me presentó como el único y último
remedio».
Bruno
“Todo hombre sea pronto para oír,
tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la
justicia de Dios. Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de
malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar
vuestras almas” (Santiago 1:19-21).
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