De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para
que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Juan 3:16
La noción de culpabilidad molesta. Algunas personas hablan de educar a
los niños sin emplear la palabra «falta» ni decirles que actúan «mal». Según
ellas, así se les evitaría un traumatismo psicológico y se formarían adultos
sin complejos.
Pero la Biblia no habla así, pues afirma y demuestra que todo ser humano
es culpable. Lo es primeramente ante Dios, a quien desobedeció. Pero muy a
menudo también lo es ante sus semejantes. “Todos pecaron, y están destituidos de la
gloria de Dios” (Romanos 3:23). El mal es el mal, y el que lo comete
debe ser sancionado de una manera u otra.
Este veredicto divino sería desesperante si el Dios de amor no nos
hubiese mostrado su remedio. Dios no soporta el mal, pero ama a cada individuo;
a quien confiesa su estado y deposita su confianza en Jesucristo le está
asegurado un perdón pleno y definitivo. Dios castigó a su propio Hijo en lugar
de todo pecador arrepentido; por lo tanto, este es declarado justo y sus faltas
son borradas.
Puede ser terrible descubrir la grandeza de nuestra culpabilidad ante
Dios, ¡pero recibir su perdón produce un gozo inolvidable y una liberación
eterna! El rey David nunca se arrepintió de haber confesado su pecado (Salmo
32), y nos invita a clamar con él: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha
sido perdonada, y cubierto su pecado” (Salmo 32:1).
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