Dijo Jesús: Yo soy
la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y
todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? Juan 11:25-26
«Alcanzó el éxito
en el ámbito profesional, y el único intruso del que no pudo deshacerse fue la
muerte». Un escritor termina una de sus novelas con este pensamiento concerniente
a un hombre que dirigía sus negocios con previsión.
La muerte es un
intruso para el ser humano; no es invitada ni esperada. Cuando se acerca, lo
llena de temor. Ante ella podemos ponernos serios para parecer valientes o
insensibles, pero interiormente estamos solos, paralizados, sin fuerzas.
Creyente o
incrédulo, nadie puede huir de la muerte del cuerpo, el cual vuelve al polvo. Pero
¿a dónde va el espíritu? La Biblia dice: El espíritu vuelve “a
Dios que lo dio” (Eclesiastés 12:7). Y una vez ahí, solo hay dos
destinos posibles: la vida eterna, si en la tierra recibimos el perdón de Dios;
o su juicio y la condenación eterna, si rechazamos a Dios y seguimos cargados
con nuestros pecados.
¡Cuán importante es
tener certezas cuando nos encontramos ante ese paso difícil e inevitable!
Podemos ser muy previsivos en nuestros negocios y descuidar completamente
nuestro futuro eterno, más allá de la muerte del cuerpo.
Para estar seguros
de que tendremos un futuro feliz, es necesario confiar en el gran vencedor de la
muerte, es decir, en Jesucristo. Después de haber resucitado, dijo al apóstol
Juan: “No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve
muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos” (Apocalipsis
1:17-18).
La fe en Jesús nos
une a él eternamente.
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