Sed llenos del
Espíritu... cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre
gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Efesios 5:18-20
Jesús se encontró
con diez hombres que tenían lepra, enfermedad que en aquella época era
incurable. Puestos en cuarentena, estaban abandonados a su triste suerte. La
ley de Moisés declaraba: El leproso “habitará solo; fuera del campamento será su
morada” (Levítico 13:46).
Estos hombres
fueron al encuentro del Señor y, a distancia, le suplicaron: “¡Jesús, Maestro,
ten misericordia de nosotros!”. Su oración fue rápidamente escuchada: Jesús no
los rechazó. Lleno de compasión respondió a su miseria, como lo hace con todos
los que se dirigen a Él con fe. Les dijo que fueran a mostrarse a los jefes
religiosos para que fuesen testigos de su curación. Y mientras iban, fueron
sanados. ¡Qué felicidad debieron sentir! Uno de ellos, un extranjero, al ver
que estaba sanado, volvió a Jesús “glorificando a Dios a gran voz”. Él, quien
antes no podía acercarse a Jesús, se echó a sus pies dándole gracias. Esta
manifestación de agradecimiento alcanzó el corazón del Señor. Pero, ¿dónde
estaban los otros nueve leprosos sanados? Ninguno había vuelto para dar gloria
a Dios.
Nuestro Señor desea que
aquellos a quienes salvó le expresen su agradecimiento. Lo espera de cada uno
en particular, pero también nos invita a alabarlo colectivamente. ¡Qué gozo
cuando, con simplicidad, en espíritu y en verdad, podemos hacerlo juntos,
incluso si somos pocos, para recordar al Señor Jesús y ofrecerle nuestra
adoración por medio de cánticos espirituales y oraciones que expresan nuestro
agradecimiento! ¡Él es digno de ello!
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