Algunos moraban en
tinieblas y sombra de muerte, aprisionados en aflicción y en hierros, por
cuanto fueron rebeldes a las palabras del Señor... Luego que clamaron al Señor
en su angustia, los libró de sus aflicciones; los sacó de las tinieblas y de la
sombra de muerte, y rompió sus prisiones. Salmo 107:10-14
El siguiente
testimonio proviene de un hombre encarcelado en Francia por haber cometido un
grave delito.
«No conocía a Dios
y menos a Jesucristo. Además, no quería oír hablar de él, porque para mí no era
más que una fábula. ¿Por qué habría permitido que perdiese a mis padres cuando
tenía cuatro años y que fuese separado de mis hermanos para tener una vida sin
sentido? Tenía sed de verdad, pero ¿dónde hallarla en medio de tantas
religiones y fanatismo? Entonces opté por ser ateo.
Cuando creía haber
arruinado totalmente mi vida, pasó lo siguiente: Una tarde, cuando fui
transferido a otra celda, un hombre que regresaba del locutorio me preguntó:
«¿Crees en Dios?». Sin dejarse detener por mi incredulidad, me habló de Jesús
largo rato. Yo, que no soportaba oír hablar de Dios, escuché lo que el hombre
sentado frente a mí me decía. Sus palabras alcanzaron mi corazón. Un poco más
tarde, en mi celda, clamé a Dios, le hablé, le supliqué que me perdonase y que
me diese su luz y su calor. Por primera vez en mi vida sentí su presencia. El
Nuevo Testamento que aquel hombre me dejó se convirtió en un alimento
indispensable para mí. Hoy, al cumplir dieciocho meses de estar en la cárcel,
conozco a aquel que siempre se interesó por mí, es decir, a mi Salvador
Jesucristo. Mi encuentro con mi Salvador es inolvidable, pues comprendí el
sentido de la palabra libertad».
Comentarios
Publicar un comentario