¿Qué hombre de
vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no.… va tras la que se
perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros
gozoso... Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se
arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.
Lucas 15:4-7
Antes de acostarse,
el pastor Fernando contó sus ovejas... 97, 98, 99... ¡Le faltaba una! Echó una
mirada al rebaño y notó cuál no estaba. ¡Faltaba Lana, Lana la independiente,
la aventurera, ¡siempre la misma! ¿La dejaría a su suerte, como lo merecía?
Después de todo, todavía le quedaban 99... No, Lana era única, él la amaba, él
era su pastor y ella su oveja.
¿Dónde estaría
Lana? ¿Habría sido devorada por una fiera? ¿Se habría caído por un precipicio?
¡Tenía que encontrarla costara lo que costara! A pesar del cansancio, Fernando
salió a buscar a su oveja. La buscó, la llamó, caminó durante mucho tiempo.
Lana se había ido muy lejos... Al fin, un débil gemido respondió a sus
pacientes llamados. Escuchó atentamente... ¡Sí, era ella! ¡Había caído en un
hueco y se había roto una pata! ¡Pobre animal!
Fernando olvidó su
cansancio y, lleno de gozo, la levantó con mucho cuidado, le habló tiernamente
y la puso sobre sus hombros. La oveja reconoció su voz y, aliviada, se dejó
llevar por el pastor, quien la condujo al rebaño.
A menudo Jesús
compara los hombres con las ovejas y se presenta como el buen Pastor. Nuestros
pecados nos alejaron de él, pero él nos busca porque nos ama.
¡No dejemos sin respuesta
durante más tiempo sus tiernos llamados! Lo que él más desea es encontrarnos,
dondequiera que estemos, curar nuestras heridas y ocuparse de nosotros. ¡Así
llenaremos de gozo su corazón!
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