Un hombre principal
le preguntó, diciendo: Maestro bueno... Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas
bueno? Ninguno hay bueno, sino solo Dios. Lucas 18:18-19
No olvidamos pronto
a una persona que ha sido buena con nosotros. Una sonrisa llena de bondad, la
simpatía de alguien que nos escucha con atención o nos dedica tiempo, ¡cuánto
ánimo y esperanza nos da!
Esto es
precisamente lo que los que vivían en los tiempos de Jesús encontraban en él,
pues uno de ellos lo llamó “Maestro bueno”. El hombre por naturaleza no es
bueno, sino todo lo contrario. La verdadera bondad, absoluta y permanente, es
exclusiva de Dios, y fue manifestada cuando Jesús vino a la tierra. A pesar de
la oposición creciente de aquellos a quienes había venido a salvar, “anduvo
haciendo bienes” (Hechos 10:38). Y en la cruz, mientras pasaba por
sufrimientos terribles, pidió a Dios, su Padre, que perdonase a sus verdugos
(Lucas 23:34) y se ocupó de encomendar su madre a uno de sus discípulos (Juan
19:27).
Si siente la sequía
de un mundo demasiado duro para usted, lea el evangelio y descubrirá la bondad
de Jesucristo, “el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”
(Gálatas 2:20). “Gustad, y ved que es bueno el Señor;
dichoso el hombre que confía en él” (Salmo 34:8).
En cuanto a nosotros,
cristianos, nunca dudemos de la bondad de Dios, y no olvidemos exaltarla.
Esforcémonos igualmente en parecernos más a nuestro modelo. “El
encanto de un hombre es su bondad” (Proverbios 19:22, V. M.). Que los
que nos rodean deseen conocer la bondad de Dios viendo nuestro comportamiento.
Comentarios
Publicar un comentario